Recuerdo de niña cuando me decían que me parecía a mi mamá o a mi papá, también recuerdo que ellos se llenaban de orgullo cuando escuchaban esas palabras, me decían: “tienes la sonrisa igual a tu mamá”, “tienes la mirada igual que tu papá”.

Y yo pensaba: “yo sonrió como Ingrid no como mi mamá”, “yo miro como Ingrid no como mi papá”. Cuando somos más grandes también comienzan a relacionarnos con nuestros padres en las actitudes negativas, eres como tu mamá o eres como tu papá, y esa es una manera muy limitada e injusta de ver a una persona.

No hay dos personas iguales

Cada persona es única e irrepetible y si bien traemos muchas memorias en nuestros genes y muchas actitudes son aprendidas de manera inconsciente por la crianza, al final lo que más nos conviene es sabernos únicos. Si nuestro padre o nuestra madre es de alguna forma, esas son sus formas y nosotros tenemos las nuestras, y nuestro trabajo está en ser la mejor versión de nosotros mismos.

Pero si toda la vida nos han dicho que nos parecemos a nuestros padres, tenemos triple trabajo. Así que no repitamos el patrón, no le digamos a nuestros hijos ni a los hijos de otros que se parecen a sus padres. Dejemos que vuelen con alas propias y dejemos de cárgalos con mochilas y estereotipos que no les hacen bien.